Espectáculo finalizado
L'auca del senyor Esteve
Santiago Rusiñol
«A modo de declaración de intenciones» La primera reflexión que se tiene que hacer un director de escena en aproximarse a un texto como el de L'auca es que el señor Esteve no pertenece a una galería de personajes museísticos, sino que es un individuo que vive entre nosotros -precisamos: que es uno de nosotros- y que, por lo tanto, forma parte sustancial de la estructura económica y política de Barcelona. Conviene no olvidar que L'auca del senyor Esteve es la adaptación teatral de una novela y que, aunque el adaptador haya sido el mismo Rusiñol, el inevitable tráfico de la libertad narrativa a las convenciones escénicas se produce, a veces, con una cierta violencia. No nos encontramos, creo, ante una obra maestra de la literatura dramática, sino ante la feliz translación de un éxito novelístico a las imposiciones de un espectáculo que se ofrece a un público que ha pasado de ser lector a convertirse en espectador (es muy posible que la mayoría de la audiencia que asistió el 12 de mayo de 1917 al estreno de Los aleluyas al Teatro Victoria ya conociera la novela). Así pues, al director se le plantea un dilema curioso: ¿conviene recordar lo que Rusiñol escribió en su narración y después suprimió al teatro, o es mejor olvidarlo definitivamente? Las dos opciones son inútiles: lo que se ha suprimido «pesa» continuamente y la realidad teatral se impone cada minuto. Lo único que el director puede hacer, si quiere sobrevivir, es procurar que ni una cosa ni la otra se noten mucho. Es decir, no «teatralitzar» más de lo que hace falta ni «novelitzar» más de lo que es imprescindible. Y una última cosa: la frase quizás más definidora de todo el texto, la que dice el Granero cuándo responde a lo que dice el señor Pau a Ramonet («ahora podrás ser escultor»), la que guarda la reflexión más pragmática de la obra («ahora podrás ser escultor, pero porque él paga el mármol»), el director lo ha puesto en boca de la señora Tomasa, con lo cual adquiere una acidez impensada. Una libertad para la cual el director pide clemencia en privado aunque, con absoluta seguridad, nunca piensa pedirla en público. Adolfo Marsillach
Autoria
Santiago Rusiñol
Puesta en escena y dramaturgia
Adolfo Marsillach
Reparto
Miquel Agell Maribel Altés Jordi Banacolocha Resu Belmonte Marta Calvó Imma Colomer Joan Crescenti Josep Maria Domènech Marta Fluvià Susana Egea Pere Eugeni Font Anna Frigola Francesc Galceran Bruno Galland Pep Guinyol Mònica López Francesc Marimon Marta Millà Joan Monells Marc Montserrat Jordi Muixi Francesc Orella Arnau Ortuño Víctor Pi Santi Ricart Boris Ruíz Carles Sales Romà Sànchez Laura Sancho Sebastià Sellent Lluís Torner
Escenograía y vestuario
Montse Amenós
Iluminación
Albert Faura
Diseño de sonido
Jordi Bonet
Diseño de maquillaje
Liliana Pereña
Asesor literario y auca
Emili Teixidor
Realización vestuario
Casa Peris
Sombrerería
Nina Pawlowsky
Postizos
Carlos Montosa
Peluquería
Toni Santos
Ayudantes de dirección
Antonio Simón, Romà Sánchez
Ayudante de escenografia y atrezzo
Marsa Amenós
Ayudante de vestuario
Fiona Capdevila
Regidor
Kiko Selma
Ayudante de regidor
Carme Cané
Colaboración coreográfica
Marta Fluvià
Colaboración musical
Neil Cowley
Realización de escenografia y atrezzo
Castells i Planas, Tallers Pascualín
Gigantes y cabezudos
Tridimensional Efectes
Carruaje
Andreu Pujades
Corderos
Josep Pascó
Fotografía
Colita, Ros Ribas
Agradecimientos
Margarida Cascuberta, Museu de la Ciència i la Tècnica de Terrassa
Producción
Teatre Nacionals de Catalunya